Nuestros miedos…

No sé que piensan de esto en lo particular; sin embargo, defiendo mi postura personal de que muchos de nosotros vemos estas películas para “ponernos a prueba” ante el miedo, para saber si somos capaces de vencerlo o no. Un juego que nos enorgullecemos de superar, con palomitas o pochoclos y en “compañía” de alguien.
La cuestión sucede luego de salir del cine y empezamos a ver que la vida nos tiene a nosotros como “protagonistas principales” y que no hay guiones preestablecidos, ni director que nos guíe. La película está rodando en nuestra mente, todo el tiempo, sin parar ni un segundo, aún cuando dormimos.
Leí alguna vez acerca de que un chimpancé tiene un cerebro similar al del ser humano en un 95%, y que el 5% restante que nos hace diferentes, no es justamente la capacidad para razonar. Los chimpancés también experimentan sentimientos de temor; sólo que nosotros podemos estar “conscientes” de lo que sentimos y de tener la fuerza de voluntad de avanzar, so pena de nuestras emociones.
Y me pregunto… ¿Cuántas veces hemos estado pareciéndonos al chimpancé, al no hacernos cargo del 5% que nos diferencia de él?.
Con el miedo (al que yo le llamo “booo”), uno puede tener dos elecciones para protagonizar esa “película mental” que tenemos cada uno. Una elección, es que los miedos sean los monstruos que arrasen con nosotros al reconocernos débiles; y la segunda elección, es convertir ese miedo en nuestra propia energía potenciadora.
Si los miedos son esos monstruos o fantasmas de nuestra mente, nos paralizamos. Dejamos de avanzar para detenernos, no actuar. La voluntad se quiebra. Empezamos a decir que “no podemos” o inventamos mil excusas para no tener la iniciativa de continuar. Diría que entramos en un círculo donde se teme, se detiene, se teme más, se detiene más…y jamás superamos este escollo de la vida.
Pero… ¿Cómo salimos de esta inacción, de este detenimiento?. Sólo aceptándolos. Reconocer que tememos. Que nos sentimos débiles ante los miedos. Y justo allí, en ese momento, es donde iniciamos el camino de salida, donde dejamos el estado de parálisis. Es decir, empezamos a ser conscientes y prestamos más atención a nuestros registros emocionales. De otro modo, si no prestamos atención a estos registros emotivos, nuestros miedos nos invadirían cuando menos lo pensemos.
En el colegio, en biología, había un par de experimentos con la rana. Uno, de ellos consistía tomar una rana viva y arrojarla a un recipiente de agua hirviendo. Antes de arrojarla, el profesor nos preguntaba “¿qué creen ustedes que pasará con la rana?”. La mayoría del grupo de alumnos pensaba que moriría quemada. Sin embargo, la rana tenía un 95% de posibilidades de salvarse, dado el instinto de poder actuar rápidamente ante los cambios bruscos de temperatura.
Ahora bien, ¿qué le pasaría a la rana si la pusiéramos en el mismo recipiente con agua fría y luego, encendiéramos el fuego para que el agua vaya calentándose paulatinamente?. Bueno, ya sabemos la respuesta…
Esto es lo que nos pasa a todos cuando no estamos “conscientes” de nuestras emociones. El miedo va creciendo sin que nos demos cuenta, como si fuera el agua que va calentándose; hasta que hervimos!!!.
Entonces, el conocimiento de que los miedos están, es el paso inexorable para superarlos.
Ciertamente el miedo es una “alarma” que nos pide “auto-protegernos” de las circunstancias, de algo o de alguien. En la naturaleza instintiva del ser humano –  así como la rana –  nosotros podemos reconocer al miedo desde la emoción, mediante los cambios fisiológicos que recibimos por parte de nuestro sistema nervioso. Es decir, al ser seres biológicos, nuestras emociones se manifiestan en el cuerpo. Sin embargo, nos saboteamos tanto mentalmente, hasta que muchas veces cambiamos la naturaleza o la esencia innata y empezamos a sentir emociones de miedo, sin que eso sea una alarma real por la cual debemos protegernos.
El miedo es algo necesario. La dificultad surge cuando no ejercemos control sobre nuestra mente. De no ser así, no hubiéramos corrido cuando alguna vez un perro con rabia nos persiguió para mordernos. Es coherente aprender a diferenciar los miedos reales de los que atentan contra nuestra natural esencia humana.
Si nos la pasamos tomando un metro para medirnos ante esos miedos fantasmas, les aseguro que siempre nos sentiremos pequeños, insignificantes. Veremos al miedo (Booo) inmensamente grande, que nos dolerá el cuello de tanto mirar hacia arriba de lo alto y gigante que lo veríamos.
Imaginemos a los miedos pequeñitos, al punto de desmerecerlos. Burlémonos de ellos. Pongámosle un moño con lunares de color rojo y verde manzana, una nariz de payaso y aplastemos una torta de merengue en su rostro. Ridiculicémoslos !!!
La alegría, el humor y la repetitividad de pensamientos positivos y afirmaciones, son los antídotos al  hechizo de los miedos negros y venenosos que contaminan la armonía de nuestro Ser. Un ánimo que va y viene, nos lleva más al sufrimiento, a la melancolía, al desgano, a la tristeza, al desaliento y a tantos estados que no deseamos tener. ¡¡¡Ya basta de estar en un péndulo de emociones !!!.
Riámonos de nosotros mismos. De los errores que cometemos, de nuestro pasado, de nuestro presente, de nuestros temores. Es muy saludable y placentero. También considero que es una actitud de valentía.
De hecho, el recuerdo es el que activa muchos temores o miedos al experimentar en el presente una situación similar o parecida a la que vivimos en el pasado. Recordamos lo que nos pasó y sentimos como una catarata en el estómago, nos sudan las manos, temblamos… tantas cosas… Y lo que es también cierto es que lo que tememos es una energía que materializa exactamente lo temido.
Reírse entonces de los miedos, del mismísimo pasado, es algo que nos mantiene con el pensamiento positivo y la energía en potenciación. Esa energía, que es definitivamente la elección mejor pensada, nos permite “polarizar” o “revertir” la energía del temor en un impulso poderoso hacia la superación y más, hasta materializar nuestros deseos más vehementes.
No subestimemos nuestra energía. El temor no es tan poderoso como para influir nuestro comportamiento.  Si lo enfrentamos, solo será difícil la primera vez y eso es natural que nos pase, ya que al inicio, no sabemos como avanzar sobre él. Aunque… cuando uno toma la determinación de enfrentarlo, comienza a tener conocimiento, y el conocimiento es poder.
Hagamos un listado de nuestros talentos, dones especiales y cualidades. Comencemos a construir una fortaleza con todos estos regalos únicos e irrepetibles que tenemos. Cada día, un ladrillo. La suma de los presentes, de los hoy, hará de esa fortaleza, algo indestructible. Luego estaremos listos para alcanzar las metas más utópicas e imposibles.
Ante el miedo, recordemos los momentos de éxito. Expresemos los temores y decretemos en voz alta que los vencimos. Riámonos de nuestros errores y procuremos hacerlo mil veces más hasta que lo logremos, no nos detengamos. Pongamos alegría a nuestras vidas, expresemos el arte y las emociones. No enjuiciemos lo que creemos que va a suceder de una situación determinada, no tenemos la bola de cristal, ni somos brujos para saber que sucederá. Seamos responsables y comprometidos. No pasemos huyendo todo el tiempo. Fijémonos metas, objetivos y seamos persistentes. Y si caemos, nos levantemos y sigamos. Un tropezón no es caída y una caída no es la muerte; es la vida misma que quiere fortalecernos para ser libres.

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