2005: ídolos caídos, ejecutivos desalmados y jugosas retribuciones

En primer lugar, se derrumbaron poderosos CEO. En segundo, muchos otros obtuvieron escandalosos aumentos de paga. En tercer término, proliferan los “ejecutivos desalmados”, término que les aplica el “New York Times”.
En realidad, las categorías segunda y tercera se yuxtaponen: a menor calidad de management en bancos y empresas, mayores retribuciones –por lo común, inmerecidas- a sus ejecutivos superiores. En cuanto a los ídolos caídos, muchos de ellos recibieron jugosas “indemnizaciones” por sus fracasos. En síntesis, los tres grupos han sido –son- objetos de iras entre accionistas, inversores, fiscales, reguladores, analistas y medios.
En lo tocante a la primera especie, la lista de despidos es tan larga como diversa. Pero dos ejemplos se destacan, por lo abrupto y sorpresivo del derrumbe: Carleton Fiorina (Hewlett-Packard) y Maurice Greenberg (American International Group, el máximo asegurador del mundo). Los dos eran célebres por su autoritarismo y el segundo, además, llevaba el nepotismo a extremos.
Terminando el año, ambos síguen irritados y confundidos: algo estaba cambiando y los tomó de improviso por incompetencia, si no desleatad, de sus propios equipos. Otro factor inesperado: los despidos corrieron por cuenta de las juntas, en gran medida conformadas por ellos mismos. Greenberg y Fiorina presidían esos directorios, pero finalmente no los controlaban como hubiesen querido.
El problema va más allá de peleas entre CEO y juntas. Hasta cierto punto, éstas se encuentran atrapadas en un juego de presiones: exigencias de la ley Sarbanes-Oxley, la peor serie de escándalos empresarios en la historia norteamericana (de Enron en adelante) y rebeliones en asambleas. Greenberg, a diferencia de Fiorina, Samuel Waksal, Jean-Marie Messier o Bernard Ebbers, les echa la culpa a los abogados. Otros jerarcas depuestos atribuyen sus caídas al mayor poder de los accionistas.
La cuestión remuneratoria alcanza a un grupo de managers demasiado nutrido. Verbigracia, los directores de Nortel Networks le ofrecieron en octubre la friolera de US$ 20.500.000 a Michael Zafirowski sólo para contratalo como presidente ejecutivo. Pero luego advirtieron que debían desembolsar una suma mayor para que el ex CEO de Motorola le restituyese a esta firma US$ 11.500.000 de indemnización que la estrella había embolsado. En total, 32 millones por alguien que aún debe mostrar si los vale.
Zafirowski no es único beneficiario de retribuciones injustificables. Sueldos y bonificaciones ejecutivas son cada día más jugosas. Los paquetes para tomar o retener presuntos magos del management son muy altos y, en el otro extremo, también lo son las indemnizaciones por romper contratos. En 2004, el sector privado estadounidense abonó cerca de US$ 2.500 millones por ambos canales, es decir 33% sobre 2003. En 1999, ese monto no pasaba de mil millones, por lo cual bastaron cinco años para inflar esos regalos cerca de 150%.
Por otra parte, la larga serie de escándalos iniciada en 2001, la nueva jurisprudencia y las objeciones de la Securities & exchange commission (SEC, comisión federal de valores) no obstan para que, año a año, esas remuneraciones continúen aumentando. Ello mientras el instrumento favorito de las empresas para recortar costos es despedir personal de línea, no ejecutivos medios ni superiores. También en 2004, un estudio reveló que las remuneraciones a tres jerarcas petroleros eran miles de veces superiores al salario medio del trabajador (US$ 10,7 la hora).
Toca el turno a los “ejecutivos desalmados” (y ricos). Varias encuestas efectuadas durante el año indican que el público estadounidense desconfía cada día más de bancos, empresas y, en esencia, quienes las manejan. Se pone en tela de jucio la ética, la conducta y los valores del management. “El sector privado es censurado por gran parte de la gente pues, se cree, atenta contra el ambiente, truca balances y se llena los bolsillos”, apunta el “New York Times”.
Dejados atrás los escándalos de 2001 a 2004, la quejas se renuevan. Hoy se centran en precios de combustibles, utilidades de las petroleras, despidos masivos en las automotrices, sobornos y conflictos de interés en contratos con el Pentágono atinentes a aviones y a tareas en Irak, etc. “Es un momento dificil para las grandes empresas”, confiesa John Hoffmeister, director operativo de Royal Dutch/Shell en Estados Unidos. Entretanto, según un sondeo de Harris Pool en noviembre, 90% de los encuestados cree que las grandes compañías ejercen demasiada influencia en el gobierno de Geroge W.Bush (y uno de los grandes responsables es el vicepresidente Richard Cheney).
Pero el concepto de “ejecutivo desalmado” se centra sobre todo en la política antilaboral típica del sector privado norteamericano. Muy pocos comparten el optimismo interesado de James Houghton, CEO de Croning Glass, una firma que la eliminado miles de empleos. “Creo que 98% de la sociedad entiende que las empresas hacemos lo correcto”. Ni siquiera Carl Icahn o Michael Bloomberg se animarían a decir eso. En el campo minorista, la mala imagen social de Wal-Mart es un clásico.
Ahora bien ¿qué tipo de ejecutivo es el desalmado? “El impuesto en compañías que, hoy, no son manejadas por empresarios, sino por operadores a quienes sólo les importan las ganancias rápidas y sus astronómicos paquetes remuneratorios”, afirma Henry Schacht, ex CEO de Lucent Techologies. Otros cumplables, apunta, son ciertas escuelas de negocios y su fundamentalismo de mercado. Peter Drucker no lo habría dicho mejor.

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En primer lugar, se derrumbaron poderosos CEO. En segundo, muchos otros obtuvieron escandalosos aumentos de paga. En tercer término, proliferan los “ejecutivos desalmados”, término que les aplica el “New York Times”.
En realidad, las categorías segunda y tercera se yuxtaponen: a menor calidad de management en bancos y empresas, mayores retribuciones –por lo común, inmerecidas- a sus ejecutivos superiores. En cuanto a los ídolos caídos, muchos de ellos recibieron jugosas “indemnizaciones” por sus fracasos. En síntesis, los tres grupos han sido –son- objetos de iras entre accionistas, inversores, fiscales, reguladores, analistas y medios.
En lo tocante a la primera especie, la lista de despidos es tan larga como diversa. Pero dos ejemplos se destacan, por lo abrupto y sorpresivo del derrumbe: Carleton Fiorina (Hewlett-Packard) y Maurice Greenberg (American International Group, el máximo asegurador del mundo). Los dos eran célebres por su autoritarismo y el segundo, además, llevaba el nepotismo a extremos.
Terminando el año, ambos síguen irritados y confundidos: algo estaba cambiando y los tomó de improviso por incompetencia, si no desleatad, de sus propios equipos. Otro factor inesperado: los despidos corrieron por cuenta de las juntas, en gran medida conformadas por ellos mismos. Greenberg y Fiorina presidían esos directorios, pero finalmente no los controlaban como hubiesen querido.
El problema va más allá de peleas entre CEO y juntas. Hasta cierto punto, éstas se encuentran atrapadas en un juego de presiones: exigencias de la ley Sarbanes-Oxley, la peor serie de escándalos empresarios en la historia norteamericana (de Enron en adelante) y rebeliones en asambleas. Greenberg, a diferencia de Fiorina, Samuel Waksal, Jean-Marie Messier o Bernard Ebbers, les echa la culpa a los abogados. Otros jerarcas depuestos atribuyen sus caídas al mayor poder de los accionistas.
La cuestión remuneratoria alcanza a un grupo de managers demasiado nutrido. Verbigracia, los directores de Nortel Networks le ofrecieron en octubre la friolera de US$ 20.500.000 a Michael Zafirowski sólo para contratalo como presidente ejecutivo. Pero luego advirtieron que debían desembolsar una suma mayor para que el ex CEO de Motorola le restituyese a esta firma US$ 11.500.000 de indemnización que la estrella había embolsado. En total, 32 millones por alguien que aún debe mostrar si los vale.
Zafirowski no es único beneficiario de retribuciones injustificables. Sueldos y bonificaciones ejecutivas son cada día más jugosas. Los paquetes para tomar o retener presuntos magos del management son muy altos y, en el otro extremo, también lo son las indemnizaciones por romper contratos. En 2004, el sector privado estadounidense abonó cerca de US$ 2.500 millones por ambos canales, es decir 33% sobre 2003. En 1999, ese monto no pasaba de mil millones, por lo cual bastaron cinco años para inflar esos regalos cerca de 150%.
Por otra parte, la larga serie de escándalos iniciada en 2001, la nueva jurisprudencia y las objeciones de la Securities & exchange commission (SEC, comisión federal de valores) no obstan para que, año a año, esas remuneraciones continúen aumentando. Ello mientras el instrumento favorito de las empresas para recortar costos es despedir personal de línea, no ejecutivos medios ni superiores. También en 2004, un estudio reveló que las remuneraciones a tres jerarcas petroleros eran miles de veces superiores al salario medio del trabajador (US$ 10,7 la hora).
Toca el turno a los “ejecutivos desalmados” (y ricos). Varias encuestas efectuadas durante el año indican que el público estadounidense desconfía cada día más de bancos, empresas y, en esencia, quienes las manejan. Se pone en tela de jucio la ética, la conducta y los valores del management. “El sector privado es censurado por gran parte de la gente pues, se cree, atenta contra el ambiente, truca balances y se llena los bolsillos”, apunta el “New York Times”.
Dejados atrás los escándalos de 2001 a 2004, la quejas se renuevan. Hoy se centran en precios de combustibles, utilidades de las petroleras, despidos masivos en las automotrices, sobornos y conflictos de interés en contratos con el Pentágono atinentes a aviones y a tareas en Irak, etc. “Es un momento dificil para las grandes empresas”, confiesa John Hoffmeister, director operativo de Royal Dutch/Shell en Estados Unidos. Entretanto, según un sondeo de Harris Pool en noviembre, 90% de los encuestados cree que las grandes compañías ejercen demasiada influencia en el gobierno de Geroge W.Bush (y uno de los grandes responsables es el vicepresidente Richard Cheney).
Pero el concepto de “ejecutivo desalmado” se centra sobre todo en la política antilaboral típica del sector privado norteamericano. Muy pocos comparten el optimismo interesado de James Houghton, CEO de Croning Glass, una firma que la eliminado miles de empleos. “Creo que 98% de la sociedad entiende que las empresas hacemos lo correcto”. Ni siquiera Carl Icahn o Michael Bloomberg se animarían a decir eso. En el campo minorista, la mala imagen social de Wal-Mart es un clásico.
Ahora bien ¿qué tipo de ejecutivo es el desalmado? “El impuesto en compañías que, hoy, no son manejadas por empresarios, sino por operadores a quienes sólo les importan las ganancias rápidas y sus astronómicos paquetes remuneratorios”, afirma Henry Schacht, ex CEO de Lucent Techologies. Otros cumplables, apunta, son ciertas escuelas de negocios y su fundamentalismo de mercado. Peter Drucker no lo habría dicho mejor.

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