El Gran Experimento chino

 

China está jugándose su salud económica para convertirse en líder mundial en las ciencias, pero, ¿tendrá éxito?.
China es una catástrofe económica en ciernes. China está en condiciones de convertirse en la mayor economía del mundo en 2025. Es­tas dos afirmaciones son ciertas. Constituyen el contexto que debemos comprender para evaluar correctamente lo que los chinos están tratando de hacer en las ciencias.
Cuando Den Xiao Ping llegó al poder a principios de la década de 1980, China era un país del Tercer Mundo, con su vasta población sumida en la pobreza, atrapada por fra­casos económicos masivos y rigideces estructurales. Deng decidió que China debía tener las ventajas de las formas capitalistas de inversión y competencia. Declaró también que el fundamento de la grandeza económica y, por tanto, nacional es la ciencia y la tecnología. Un cuarto de siglo después, el dinamismo de la economía china carece de precedentes: acero, automóviles, juguetes, productos tex­tiles, electrodomésticos, etcétera. Las estadísticas oficiales muestran el crecimiento anual del producto interior bruto: el 7,5% en 2001; el 8,3% en 2002; el 9,3% en 2003; el 9,5% en 2004. Algunos economistas occidentales creen que los porcentajes reales han sido significativamente superiores. En todo caso, todo el mundo está de acuerdo en que la eco­nomía china sobrepasará pronto a la de Estados Unidos.
Si
n embargo, la escala de sus problemas es también colosal. China tiene una población de 1.300 millones de personas, está previsto que alcance los 1.400 millones en 2025 y 900 millones viven en el campo y son extrema­damente pobres. La corrupción está generalizada en los gobiernos provinciales, en las industrias estatales y en el Partido Comunista. Se dice que el sistema bancario está al borde de la quiebra. Se está poniendo de manifiesto el des­contento social: el gobierno ha admitido decenas de miles de protestas anuales. La pobreza no se limita al campo. En verano, en las calles principales y en los brillantes centros comerciales de Pekín, unas esbeltas jóvenes engañan con sus vestidos cortos de gasa y sus frívolos zapatos, pero una manzana o dos más allá están los antiguos callejones -llama­dos hutong en Pekín- tapizados de construcciones bajas en un estado lastimoso, filas de tiendas diminutas con aspecto de cuevas abiertas a la calle, con las luces apagadas y hombres y mujeres de mediana edad, sentados fumando, hura­ños sin hacer nada a su entrada.
La contaminación está presente por todas partes, la degradación ambiental es abrumadora. En Pekín, en Sangai y en otras ciudades, la mayoría de los días de verano, el smog reduce la visibilidad más o menos a medio kilómetro: cuando se conduce por una de las autopistas elevadas que atraviesan Sangai, las torres de oficinas y pisos emergen como espec­tros de la bruma, disolviéndose en ella a continuación. Se dice que el 75% de los lagos de China está contaminado; los tramos inferiores de los principales ríos están secos durante muchos días del año. El problema más señalado es la ener­gía. China ya es el segundo país en cuanto al uso de ener­gía, después de los Estados Unidos. El suministro de fuel y de gas natural para uso doméstico es mínimo. China tiene mucho carbón, combustible del que es el principal consumi­dor mundial, y extrae y consume la cuarta parte de la pro­ducción anual del mundo, con un coste desastroso, sólo en 2004, murieron en las minas unos 6.000 mineros.
La visión de China que tienen incluso los occidentales más sofisticados y cultos está marcada por sus prejuicios de carácter ideológico. La más corriente es que el crecimiento económico requiere un capitalismo de laissez-faire, ideal­mente el propio del modelo anglo-norteamericano, lo que llevará inevitablemente a reformas democráticas. Pero el capitalismo chino no se parece, y no tiene por qué acercarse necesariamente, al modelo occidental. Está bajo el control del estado, a menudo errático, sin duda, pero siempre ame­nazador. La industria del acero, la industria automovilística y las demás fueron se crearon desde arriba. Los objetivos se siguen fijando desde arriba, en planes quinquenales, y con todo detalle. Los dirigentes son de una generación nueva, inteligentes, resueltos, relativamente jóvenes. No cabe duda de que han aprendido de la historia, pero no las lecciones que a los observadores occidentales les habría gustado que aprendieran. Hu Yin Tao es el líder máximo. Él y sus colegas han atacado lo que llaman "neoliberalismo" y, en concreto, las políticas de laissez-faire. No admiten una correlación entre el crecimiento económico y un despertar de la democracia. Lo que parecía una relajación gradual de los controles sobre la información en prensa y televisión se ha invertido de forma brusca y progresiva.
Todo esto es el resumen más escueto del dinamismo eco­nómico y las restricciones económicas, medioambientales y políticas que configuran la ciencia china de nuestros días. Siguiendo a Deng, el gobierno chino ha venido invirtiendo mucho para que las ciencias alcancen los niveles occidentales de calidad, originalidad y productividad. Roy Schwarz es un observador con experiencia. Desde 1997, ha sido presidente del Consejo Médico de Nueva York para China, que respalda la educación y la investigación médicas en aquel país. Schwarz ha visitado China cuarenta y ocho veces, con un total de un año y medio de estancia en el país. "En mi cuadro de 13 ins­tituciones, probablemente apoye a seis de las ocho principales facultades de Medicina" manifestó en una entrevista telefó­nica. "Además, he financiado, probablemente, 150 proyectos: unos son de ciencia; otros, de preparación para la ciencia, y otros, relacionados con la ciencia a través del currículo". Añade que los chinos están haciendo todo lo que pueden para promover la ciencia. "Me refiero a la ciencia en todas sus versiones: desde las ciencias del espacio, al que ya están yendo, hasta las ciencias físicas y químicas, pero, sobre todo, las ciencias biológicas y la medicina".
Un primer paso fue la reestructuración radical. De acuerdo con el modelo soviético, China creó, en 1952 y en los años siguientes, un gran número de universidades y escuelas monoespecializadas independientes. Sin embargo, en el verano de 1998, Yiang Ze Min, a la sazón presidente de China, y Su Rong Yi, primer ministro, llevaron a Pekín a representantes de universidades norteamericanas de pri­mera fila. Los líderes chinos descubrieron que, mientras que sus instituciones educativas tenían un carácter especializado, las universidades norteamericanas eran univer­sales. Schwarz dice que su respuesta fue adoptar el modelo norteamericano. El resultado ha sido un gran número de fusiones de urgencia. Por ejemplo, la ciudad de Hang Su tenía cuatro universidades unidisciplinarias, de las cuales una era agrícola y otra médica. En 1998, se reunieron por decreto en una sola: la Universidad Se Yiang. En la actualidad, la Se Yiang tiene unos 45.000 estudiantes, incluyendo a sus 5.500 alumnos de doctorado.
"Sus universidades tienen dos estructuras de autoridad" dice Schwarz. "La visible para los occidentales es el presi­dente y los vicepresidentes y los decanos. La no visible es el secretario del partido, los vicesecretarios: cada nivel en el plano académico tiene su correspondiente en el plano del partido". ¿Cómo el Ejército Rojo en la Unión Soviética hace tiempo? "Sí, exactamente. Y la segunda es más poderosa que la primera, o lo ha sido hasta ahora, pero esto está cambiando rápidamente" (es posible, pero pude percatarme de la curiosa práctica según la cual, al entrevistar a un científico chino, siempre estaba presente, al menos, otra persona: un colega, un alumno, alguien que presunta­mente tenía que ayudar a la traducción, a menudo alguna persona implicada en cuestiones de relaciones internacionales. Nathan Sivin, la máxima autoridad viva en historia de la ciencia china, me ilustró al respecto en un mensaje de correo electrónico: "El personal de la oficina de asun­tos exteriores de una unidad laboral depende siempre de la Oficina de Seguridad Pública y a ella informa. En algu­nas organizaciones, estas personas son muy impacientes y en otras, apoyan a los intelectuales con los que trabajan, en la medida en que no supongan una amenaza que pueda traerles problemas a ellas mismas").
Las facultades de Medicina de primera fila ya eran, como las de los Estados Unidos, institutos de investigación bio­lógica, aunque su trabajo era prácticamente desconocido en Occidente. Ahora se han incorporado a las universida­des. "En ninguna otra cultura podría haber ocurrido" dice Schwarz. "Pero me parece que ahora las facultades de medi­cina están viendo el valor que tiene formar parte de un todo más grande. Y he tenido oportunidad de ver cómo se edu­can los presidentes no médicos y los secretarios del partido cuando tratan de comprender esta rara bestia denominada centro médico". El que tiene fama de ser el mejor está en la Universidad de Pekín, que, en 2000, absorbió la Universi­dad Médica de Pekín, recibiendo la nueva denominación de Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Pekín. El principal campus de la Universidad de Pekín está en un suburbio cercano a la capital, al oeste de Pekín; el Centro de Ciencias de la Salud está varios kilómetros más lejos. Esa dispersión es una consecuencia obvia del proceso de fusión. La Universidad Se Yiang tiene seis campus.
Es posible que esa dispersión no se mantenga mucho tiempo. La modernización del sistema universitario chino es intensa. "Están construyendo estos nuevos campus gigan­tescos" dice Schwarz. "He visitado cinco ahora". La unifi­cación de campus, la construcción de nuevas instalaciones, impone la integración. Según Schwarz, para prevenir la resistencia al cambio del profesorado y del personal admi­nistrativo, se adjudicó una dotación extra de 245 millones de dólares a la Universidad de Pekín durante los tres años siguientes a la fusión; las primeras cantidades se destina­ron a la construcción de laboratorios de primera catego­ría y a la adquisición de los mejores equipamientos. Los laboratorios que vi en nueve instituciones de investigación diferentes eran verdaderamente buenos.

El lenguaje de los materiales promocionales del programa 97-5 puede ser marxista-triunfalista: una traducción al inglés afirma que "…escalaremos la cumbre de la ciencia mundial, promoviendo así el magno desa­rrollo de la investigación básica China".

El alcance y las áreas de concentración de la ciencia china se han plasmado con el mayor detalle en una serie de directivas nacionales. La directiva general más reciente se conoce como "Programa Nacional de Investigación Básica". A principios de 1997, el Ministerio de Ciencia y Tecnología reunió una comisión asesora de científicos y le preguntó qué tenía que hacer China para lograr una competitividad internacional en las ciencias, al tiempo que se abordaban los problemas internos más acuciantes. La comi­sión presentó sus recomendaciones en marzo -de ahí que, abreviando, se hable del "Programa 97-3"- y en junio re­cibieron la aprobación ministerial y superior. El lenguaje de los materiales promociónales del programa puede ser marxista-triunfalista: una traducción al inglés afirma que "crearemos un excelente ambiente de investigación cientí­fica, apoyaremos intensivamente a un grupo de destacados equipos de investigación científica, desarrollaremos impor­tantes investigaciones de innovación y escalaremos hasta la cumbre de la ciencia mundial, promoviendo así el magno desarrollo de la investigación básica y de las industrias de alta tecnología de China". No obstante, los detalles son ra­zonados, prácticos y absolutamente serios.
La financiación es, por supuesto, el instrumento para dirigir y controlar la ciencia y a los científicos. Diversas empresas occidentales se han instalado en China. Tanto IBM como Microsoft tienen laboratorios en Pekín; el de Micro­soft tiene fama de ser el más innovador de la compañía. El Consejo Médico de China dedica 10 millones de dólares al año a la educación e investigación médicas. En 2004, el Instituto Pasteur, la conocida institución no gubernamental francesa de investigación, comenzó a trabajar con la Acade­mia China de Ciencias y el gobierno municipal de Sangai para crear y dotar de personal un instituto cuya investiga­ción se centra en la biología molecular de las enfermedades infecciosas. Dos de los hombres más ricos de Hong Kong están dando dinero para determinados programas especiali­zados. Estas actividades, aunque de menor escala, gozan de independencia y visibilidad y por tanto tienen cierto grado de influencia en la cultura científica en desarrollo de China. Por lo demás, prácticamente todo el dinero que se dedica a la ciencia procede, por diversos conductos, del estado.
Zang Xia Neng es el director general de investigación básica del Ministerio de Ciencia y Tecnología. Estuvimos con él durante un descanso de una jornada gubernamental celebrada en el Hotel Montaña Aromática, casi un complejo turístico, atractivo y moderno, a unas dos horas de Pekín, en la parte inferior de la ladera de las colinas de las que toma el nombre. Zang es bioquímico. Se trata de un hombre reflexivo, delgado, que tiene poco más de 50 años, aunque parece diez años más joven, y que habla un inglés excelente. "En China, contamos con tres fuentes de financiación de la investigación" dice Zang. Sus objetivos son diferentes. "Una es la Fundación Nacional para las Ciencias Naturales de China. Esta fundación apoya la investigación básica, impulsada por la curiosidad de los mismos científi­cos. El Ministerio de Ciencia y Tecnología es otra fuente de financiación, en apoyo de la investigación que depende de las necesidades nacionales" es decir, la investigación planificada por el gobierno para satisfacer sus prioridades urgentes. "La denominamos investigación estratégica". Y sigue diciendo: "El ministerio es un organismo gubernamental. No sólo apo­yamos la investigación básica, sino también la aplicada".
En todo el sistema, la distinción entre "básico" y "apli­cado" es compleja. Dice Zang que "el año pasado -2004-, la Fundación para las Ciencias Naturales tuvo un presupuesto de unos dos mil millones de yuanes". Al cambio fijo del momento, de 8,28 yuanes por dólar, esa cantidad se sitúa en torno a los 250 millones de dólares. No obstante, las comparaciones son difíciles, porque el coste de la investi­gación es muy inferior en China que en los Estados Unidos. "De nuestro ministerio -dice Zang-, salen 10 mil millones" es decir, unos 1.200 millones de dólares estadounidenses, alrededor de 1 dólar por ciudadano chino. "Pero del pre­supuesto del ministerio, alrededor del 10% va a la inves­tigación básica y eso es, más o menos, la mitad de lo que dedica la Fundación para las Ciencias Naturales".
La comisión que recomendara el Programa 97-3 toda­vía funciona para proponer prioridades para la aprobación del ministerio. Incluso la investigación "impulsada por la curiosidad" que apoya la Fundación para las Ciencias Natu­rales debe inscribirse en las categorías del programa, adap­tándose a los planes quinquenales de las organizaciones de investigación. Al menos en principio, los arquitectos del programa reconocen la necesidad de dejar que los científicos configuren sus propias investigaciones. No obstante, en contradicción con ese reconocimiento, han ideado un sis­tema de controles formales. Se han creado 61 "paneles de evaluación disciplinaria" con 755 expertos. Las instituciones presentan sus propuestas el 31 de marzo. Cada una de ellas es examinada por uno de los siete departamentos científicos de la fundación, que abarcan desde las ciencias matemáticas y físicas hasta la administración, pasando por las ciencias químicas, biológicas, geológicas, ingeniería e informática. El paso siguiente es la revisión a cargo de colegas, hecha por correspondencia y basada en un conjunto de más de 20.000 revisores; es cuestionable el rigor y la ausencia de tendenciosidad de esas revisiones (también lo es en Occidente). Los resultados se analizan y los proyectos se elevan a los paneles de evaluación, que presentan los proyectos que han llegado hasta esa fase al congreso de la Fundación para las Ciencias Naturales. Las ayudas se conceden para un plazo de 5 años y el progreso se revisa tras los dos primeros -sis­tema que se conoce como "2+3"- para evitar el problema de que una vez que se haya concedido la financiación para un proyecto, el equipo de investigación se cruce de brazos y "el pensamiento se anquilose" comenta Zang.
"La tercera fuente de financiación es, por supuesto, la ACC, la Academia China de Ciencias" dice Zang. Los cientí­ficos de máxima categoría de la nación son académicos y, en ese sentido, la academia China es como la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos o la Real Sociedad de Gran Bretaña, pero recuerda mucho más a la Sociedad Max Planck de Alemania, porque también dirige un conjunto de institu­tos, los más importantes de los cuales están en centros como Pekín o Sangai, mientras que otros están desperdigados por todo el país. El número de estas instituciones llegó en algún momento a ser mayor de 130, pero también aquí se impuso la consolidación. Muchos de los que han quedado han visto reducido su tamaño, merced a jubilaciones forzosas, lo que permite prestar un apoyo más adecuado a los científicos que siguen trabajando en ellos, capaces de soportar las presiones para obtener financiación adicional externa. "La ACC está sometida al bombardeo de sus institutos" dice Zang. "Pero gozan de gran libertad, ya se trate de la investigación impul­sada por la curiosidad (en torno al 40% del presupuesto) o de la investigación básica estratégica".
Desde que pensé ir a China, me asaltó una grave duda, y los datos brutos de la orga­nización de la ciencia en aquel país desta­can su importancia. ¿Es posible construir un establecimiento científico moderno, que haga trabajos importantes y originales, según el estándar mundial, organizándolo de arriba abajo, a semejanza de la industria del acero, del automóvil o de la electrónica? En nuestra época, la buena ciencia se hace en grupos, dentro de agrupaciones, desde el laboratorio hasta la institución de investigación, la red nacional, con sus asociaciones pro­fesionales, controles y recompensas, múltiples niveles de científicos que juzgan a científicos, la comunidad científico mundial, cuya integración, más bien vaga, se basa en actitu­des y estándares compartidos. Las nuevas ideas, los descu­brimientos, surgen de abajo arriba. La cultura de la ciencia, el espíritu de la ciencia, debe enraizarse en la unidad básica, el laboratorio. Desde el director del laboratorio, que, tanto en China como en los Estados Unidos, se conoce como "in­vestigador principal" pasando por los investigadores de carrera, los posdoctorales y los estudiantes graduados, hasta los técnicos de laboratorio, el grupo fomenta y hace respe­tar el espíritu de la ciencia. Ahí es donde el joven científico acepta la disciplina, la interioriza, la convierte en parte de su personalidad. O quizá no, porque en la ciencia occiden­tal hay instituciones enfermas, laboratorios e instituciones mayores en las que el espíritu de la ciencia se tambalea.
Con respecto a China, la auténtica cuestión profunda es, por tanto, cómo plantar y cultivar la disciplina de la ciencia, el espíritu. Propuse esta cuestión a todos los científicos con los que hablé. Dos problemas ponen de manifiesto las difi­cultades: el problema confuciano y el problema del plagio. No se trata de singularidades ni de aberraciones accidenta­les, sino que están arraigados, engranados, interiorizados. Howard Temin fue un genetista molecular norteameri­cano que compartió el premio Nobel de fisiología y medi­cina por el descubrimiento de la enzima transcriptasa inversa. Era un hombre de una rectitud de hierro que había reflexionado mucho sobre los estilos de hacer ciencia. En una conversación mantenida en marzo de 1993, me dijo: "Una de las grandes virtudes de la ciencia norteamericana… es que incluso el profesor más antiguo, si se ve cuestionado por el técnico o estudiante graduado de inferior categoría, tiene que tomarlos en serio y tener en cuenta sus críticas. Es uno de los aspectos más fundamentales de la ciencia en Norteamérica".
Contemplemos el contraste: durante miles de años, este conjunto de actitudes: la armonía, el consenso, el respeto a la autoridad y a los puntos de vista de los mayores, que, para abreviar, llamaremos "confuciano" (aunque gran parte de lo que era convencional antes, se achaca a Confucio), ha regido la conducta de los chinos. Hoy día, está en tela de juicio el poder de una jerarquía basado primero en la antigüedad y después en las conexiones. Se dice que esa jerarquía todavía rige gran parte de la enseñanza de las ciencias en China; está presente en las relaciones dentro del laboratorio. Adquirió gran notoriedad cuando llevó a la incorrecta identificación de la causa de la epidemia del sín­drome respiratorio agudo y grave (SARS, según sus siglas en inglés), en 2003. Los primeros casos aparecieron en el sur de China a finales de 2002; la enfermedad se extendió a Pekín y a otras ciudades, amenazando con adquirir pro­porciones mundiales. En febrero de 2005, un científico de carrera de Pekín anunció que había descubierto la causa: la bacteria clamidia. Un joven investigador de su laboratorio sabía que esto era erróneo, porque había aislado la verda­dera causa. Por respeto, o miedo, no dijo nada.
Este ejemplo es extremo, pero no se trata de un caso ais­lado. Me advirtieron reiteradamente del problema. Gerald Lazarus es decano emérito de la facultad de medicina de la Universidad de California en Davis y, en la actualidad, es catedrático de la facultad de medicina de la Universidad Johns Hopkins. Su esposa, Audrey Jakubowski, es química. La pareja vivió en Pekín durante tres años, desde 1999 hasta 2001. Él era profesor visitante del Peking Union Medical College Hospital. Durante gran parte de ese tiempo, ella trabajó con una revista científica en lengua inglesa, el Chinese Medical Journal, tratando de mejorar el inglés de los artículos que publicaba y de establecer normas para la revisión de los manuscritos. Lazarus hablaba de las rigideces intelectuales que encontró en profesores y estudiantes, causadas, en su opinión, por la deferencia hacia los puntos de vista de los colegas más antiguos. Jakubowski era más concreta: el sistema de antigüedad, que ella llamaba "confuciano" podría estar inutilizando la revisión a cargo de colegas, porque el rechazo de un artículo enviado por una persona más antigua sería una falta de respeto.
Los chinos (y algunos otros países asiáticos, por supuesto) destacan por el pirateo de productos de marca: es como si las protecciones del copyright y de la marca registrada carecieran de sentido. Se dice que el plagio en las ciencias es también flagrante. Los científicos y estudiosos norteamericanos que trabajan con estudiantes graduados o becarios posdoctorales chinos se sorprenden al descu­brir que tienen que enseñarles a los recién llegados que no pueden utilizar los trabajos de otros sin mencionar a sus autores, así como los castigos a los que se exponen si los descubren. "Los chinos tienen un auténtico problema con respecto a la propiedad intelectual. Parece que tienen una amnesia selectiva" dice Roy Schwarz. Martha Hill, decana de la Facultad de Nutrición de la Universidad Johns Hop­kins, dice lo mismo: "Llegan aquí, o muchos de ellos lle­gan, sin tener en absoluto conciencia de la necesidad de mencionar a los autores, de hacer una reseña completa, de cualquier material que tomen del trabajo de otros". Otra división de la Johns Hopkins expulsó recientemente a un estudiante graduado chino por plagiar. Sivin señaló que la revelación publicada en China de que el plagio era un pro­blema generalizado en el país le acarreó importantes pro­blemas a su autor chino, un investigador experto.
Sin embargo, los prejuicios occidentales determinan la forma de comprender y la respuesta efectiva. Copiar el último álbum de los Rolling Stones o poner una etiqueta falsificada de un diseñador en un pantalón vaquero son robos que no provocan vergüenza alguna. El plagio en las ciencias no es lo mismo. Tradicionalmente, en Occidente se considera que la ciencia es comunal: se comparten los métodos; los resultados, una vez publicados, son del dominio público. En ese mundo, la prioridad es la única forma de propiedad, lo que hace que la necesidad de la atribución de la autoría sea absoluta. Los datos no publicados pueden constituir un objetivo para el robo, pero arriesgado. Lo que de verdad merece la pena robar son las ideas, sobre todo el conocimiento de que ¡ajá!, aquí hay algo nuevo y la forma de conseguir el resultado. Este tipo de robo supone la máxima tentación y es el más difícil de detectar. Se produce; sólo puede impedirlo una cultura científica muy desarrollada, el sentido de comunidad, que se interiorice psicológicamente el espíritu de la ciencia.
Un escéptico podría suponer que lo que ocurre en China no es diferente de lo que se ve en muchos laboratorios occidentales, en los que el jefe se apropia y publica con su nombre el trabajo de sus subordinados. Pero la tradi­ción china es fundamentalmente diferente. Dicho en pocas palabras, siempre se ha dado por supuesto que los estudio­sos de todos los niveles hacen suyo el trabajo de otros. En épocas antiguas, los estudiosos con principios reconocían lo que tomaban de otros, pero eso seguía siendo opcional (como antes del siglo
XIX en Occidente). La actitud tiene muchos siglos de antigüedad, y aún hoy parece que está muy interiorizada.
En los últimos años, el ideal occidental clásico del carác­ter comunal de la ciencia se ha trastornado, sobre todo en las ciencias biológicas, por el atractivo de los beneficios que pue­den reportar patentes. Muchos manifiestan su indignación por el secretismo que impone la preparación de una solicitud de patente y se quejan por los excesos que han llevado, por ejemplo, a patentar fragmentos de genoma. Sin embargo, si se mira correctamente, una patente es una forma de publicación y elimina la necesidad de secreto, preservando la prioridad y, por tanto, restaurando el carácter comunal.
Se produce aquí una curiosa convergencia. En algún momento, en todas las conversaciones que mantuve con científicos en China, planteé el problema del plagio. La respuesta fue siempre la misma y, a primera vista, parece rara, no evasiva exactamente, sino indirecta. Cuando se reflexiona sobre ella, empieza a parecer una forma de reco­nocer el problema, sin duda, pero indicando que, en el con­texto chino, es posible que estén llevando a pensar de forma diferente a los jóvenes científicos en formación, incitándoles a ver los beneficios de adoptar las normas occidentales. Así, los directores de institutos y los investigadores principales dicen que enseñan que la propiedad intelectual significa, en primer lugar, patentes. Se insta a los jóvenes científicos chi­nos a que consideren cuáles de los resultados obtenidos son patentables y a que soliciten las patentes correspondientes.
De repente, del montón de ideas, métodos, datos, descubrimientos que se tenían más o menos en común, la propiedad individual emerge en una forma muy destacada.
En segundo lugar, se invita, se ordena a los científicos chinos a que preparen sus trabajos y los redacten para publi­carlos en revistas occidentales de primera fila cuyos artí­culos se someten a revisión. Nature, Science, Cell se han convertido en los objetivos. En el Programa 97-3, se enfatiza mucho la publicación, y el éxito de los laboratorios en las revistas internacionales es fundamental en las revisio­nes 2+3. En este caso, el prestigio nacional es un motivo importante. El efecto en los laboratorios y en los científicos ha sido obligarlos a absorber los estándares occidentales de calidad, vivirlos, aprender a vivir por ellos. Es, en pocas palabras, un proceso de aculturación.

La armonía, el consenso, el respeto a la autoridad y a los puntos de vista de los mayores: durante miles de años esté con­junto de actitudes ha regido el comporta­miento individual de los chinos. Hoy día, está en tela de juicio el poder de una jerar­quía basado primero en la antigüedad y después en las conexiones.

En los decenios transcurridos desde que Deng Xiao Ping declarara que la ciencia y la tecno­logía tenían una importancia crucial, miles de chinos preparados en ciencias han salido al extranjero como estudiantes graduados y, con mayor frecuencia, como becarios postdoctorales. La ma­yoría ha ido a los Estados Unidos, y algunos a Europa. Muchos se han quedado, contratados para trabajos de in­vestigación; algunos han vuelto. Para China, constituyen un recurso inmenso e inestimable por sus competencias y especialidades concretas, pero aún más por sus actitudes occidentalizadas, su absorción del espíritu de la ciencia mo­derna. El gobierno chino ha reconocido su potencial y trata de convencer a más científicos para que regresen.
Resumo a continuación mis conversaciones con tres cien­tíficos chinos, Los tres estuvieron como becarios postdoc­torales en el extranjero y después volvieron. Los tres se encuentran en el nivel medio de la profesión, dirigiendo un laboratorio, trabajando intensivamente con un grupo relativamente pequeño. Son representativos de otros con los que también he estado.
En Changsa, capital de la provincia de Hunán, en la zona sudcentral de China, donde los veranos son abrasadores y la comida picante, se constituyó en 2000 la Universidad del
Centro Sur, como resultado de la fusión de una universidad tecnológica, una universidad médica y además la Universi­dad del Ferrocarril de Changsa. El componente médico es ahora la Facultad de Medicina Xian Gya. Tsao Ya es vice-decana y directora de la facultad de medicina. Es doctora, con grados MD y PhD, y pasó cinco años en los Estados Unidos, en el Instituto Nacional del Cáncer, a las afueras de Washington. Es también teniente de alcalde de Changsa. Es una mujer de baja estatura y fornida, directa, informada, de viva inteligencia, con sentido del humor y formidablemente bien preparada. Hablamos durante una comida sofisticada, con media docena de sus colegas y a la mañana siguiente, nos reunimos en su despacho con una estudiante graduada que asistió para colaborar en la traducción.
"El
principal programa científico vigente en la actualidad en China es éste, el llamado Programa 97-3" dice la profesora Tsao. "Un pro­grama de enormes proporciones para ponernos al día con el desarrollo cien­tífico de todo el mundo. Comenzó en marzo de 1997. Este programa es de investigación básica, de acuerdo con las necesidades de la nación". ¿Aplicaciones tecnológicas o ciencia básica? "Ambas" dice, asintiendo con la cabeza. ¿El obje­tivo se divide en dos? "Sí", contesta. "Creo que el principal programa cien­tífico es el programa de todo el mundo, no sólo de China. El segundo es la necesidad urgente de desarrollo social y económico de nuestro país".
El Programa 97-3 concentra la investigación en seis áreas: biotecnología agrícola, energía, informática, recur­sos naturales y medio ambiente, población y salud y cien­cia de los materiales. La temática de Tsao corresponde a población y salud. En esta área, la investigación se divide en 20 campos. Me los indicó con la ayuda de un docu­mento base de 33 páginas que había compilado antes de mi visita. La lista es variada y los proyectos, ambiciosos, Sin embargo, incluso la investigación más básica -por ejemplo, sobre las células madre- se define en términos de aplica­ciones inmediatas.
Su semana laboral está dividida en dos: la mitad dedi­cada al ayuntamiento y la otra mitad, a la investigación. "En particular, nos gustaría saber cómo opera el virus de Epstein-Barr -que puede causar cáncer- con las células huésped". Las cuestiones que su grupo está planteando no estarían fuera de lugar en el Instituto Nacional del Cáncer. Su laboratorio cuenta con unas 20 personas, en su mayor parte candidatas a PhD, con 5 técnicos. Su Instituto de Investigación del Cáncer tiene seis laboratorios, 50 profe­sores y unos 100 estudiantes. Seis profesores se encuentran entre los científicos chinos que ha regresado del extranjero.
El centro forma parte de la facultad de medicina.
"Con respecto a mi laboratorio, creo que está muy bien. Me parece que hacemos un trabajo muy bueno" dice. "Ade­más, en mi laboratorio, realizamos un trabajo en equipo muy bueno. Se puede compartir la información", compar­tir la idea, intercambiar información, dialogar". Está pro­fundamente influida por la época que pasó en el Instituto Nacional del Cáncer. Su jefe en la facultad de medicina es un científico: "Es profesor y tiene 74 años". ¿El respeto automático a los mayores es un problema? "No". ¿No inter­fiere en el quehacer de la ciencia? Reformulo la pregunta dos veces. No contesta.
Le pregunto cuáles le parece que son los problemas. "Creo que la cuestión más importante es que deberíamos publicar más nuestro trabajo en las revistas internaciona­les. Así, todo el mundo tendría oportunidad de saber más acerca de lo que estamos haciendo en China. El principal problema es el idioma. Los editores dicen siempre que se nota que el inglés no es la lengua materna, y dicen que necesitamos a alguna persona angloparlante que nos ayude a mejorar la calidad de los artículos". Me da una biblio­grafía de todos los artículos de biología de científicos de China publicados entre 2000 y el verano de 2005 en Science, Nature, y Cell. Son 36. La mayoría menciona a gran número de coautores; el que más, a 30. De su propio laboratorio, dice: "Este año, tra­tamos de publicar algunos artículos muy buenos en JBC y en PNAS," el Journal qf Biológical Chemistry y Proceedings of the National Academy of Sciences, de los Estados Unidos.
¿Algo más? "Sí. Creo que deberíamos dejar todo el trabajo repetitivo de bajo nivel. Carece de sentido. ¡Sólo genera más basural"
Yang Ke es vicepresidente ejecutiva del Centro de Cien­cias de la Salud de la Universidad de Pekín (en inglés, pre­fiere el orden occidental, con el nombre delante). Es una mujer de un encanto, una percepción y una sutileza notables, apasionada por la buena ciencia e idealista al respecto: de todos los científicos con los que estuve, la profesora Ke fue  la que puso de manifiesto una conciencia más aguda de las dificultades y presiones que soportan los científicos chinos. Como Tsao Ya, trabajó en los Estados Unidos, en el Instituto  Nacional del Cáncer, desde 1985 hasta 1988. Durante nues­tra entrevista y durante la comida, estuvo con ella el director de cooperación internacional del centro, Dong Ze. "Si tengo algún problema con el inglés, él me ayuda".
Desde que regresó de los Estados Unidos, en 1988, Ke ha estado dirigiendo un laboratorio; su trabajo actual se dedica "en su mayor parte, al cáncer esofágico y gástrico, que tiene una incidencia muy elevada en China". Se ha demostrado que el cáncer esofágico no tiene un componente genético sencillo. Estamos trabajando con una población con elevada incidencia en una zona rural relativamente ais­lada de la provincia de Henán". Hace cuatro años la hicieron vicepresidenta de investigación y ascendió a su cargo actual dos años después. Sin embargo, los ascensos llegaron "en el momento en el que estaba consiguiendo un sentimiento real de la ciencia, comenzando a cosechar resultados". Echa en falta que: "estoy menos en el trabajo de laboratorio, pero todavía lucho para no abandonarlo, porque creo que aún soy útil para los estudiantes" dice. "Al menos, creo que mis alumnos están teniendo una buena preparación".                  t
Dice que la imagen de la ciencia china que se ha pre­sentado al mundo ha enfatizado el desarrollo muy rápido, "y la verdad es que estamos progresando en la dirección correcta, pero todavía tenemos problemas". Dice que habla­ría de ellos uno a uno, pero antes "debo decir otra cosa: mi opinión no es oficial". En realidad, esperaba que su impulso para ser franca no le creara problemas.
"El primero: China ha hecho un esfuerzo verdadera­mente tremendo para impulsar la ciencia y la tecnología. El gobierno se dio cuenta de que ése era el camino, al menos

Este es un problema que tienen: no pueden esperar. Desean tus resultados al día siguiente Dicen a los científicos: ‘¡Tomad el dinero!, ¡Y organizad un equipo! ¡Hacedlo grande! ¡Y el premio Nobel, mañana!’

uno de los caminos, uno de los caminos importantes, para hacer un país fuerte" afirma. "Pero la ciencia no es como la industria del acero y la del automóvil. Necesita tiempo". La educación científica ha recibido una importante finan­ciación, "pero no es suficiente". Y la educación científica debe comenzar muy pronto. Las ayudas a la investigación del ministerio, de la Fundación para las Ciencias Naturales, han aumentado diez veces o más en la pasada década. "Pero creo que las universidades deben conseguir más apoyo para la investigación básica, por sus beneficios en el campo y también por su influencia en los estudiantes. Y creo que la investigación básica produce el impacto más fuerte en los estudiantes en cuanto a la forma científica de pensar, por­que en nuestra cultura es relativamente débil".
En segundo lugar, "con respecto al desarrollo tecnoló­gico…, por ejemplo, si queremos un satélite, puede organizarlo el gobierno" dice. "Pero el problema es que hacen hincapié en la ciencia básica, pero organizándola -de arriba abajo-, en vez de crearla desde el nivel de la ciencia. Aun­que muchos científicos tienen cada vez más influencia, la gente todavía cree que podemos hacerlo con eficacia como se hace en el desarrollo técnico. Es un problema de la gente de arriba: no puede esperar. Esperan resultados el segundo día. Dicen a los científicos: ‘Coger el dinero, ¡Y organizar un equipo! ¡Hacedlo grande! ¡Y el premio Nobel, mañana!’ ¡Así!" Aún así, "por supuesto, funciona, también, porque los buenos investigadores consiguen más ayudas de ese modo. Y mire los progresos que estamos haciendo. Ahora, contamos con algunas personas que comprenden realmente la ciencia. Y conocen las reglas del juego. Y son serias en su trabajo. Pero creo que, a largo plazo, tienen que dar más libertad y más tiempo en la dirección y producción a los científicos de la ciencia básica".
"Tengo que pasar a la tercera cuestión. En esta sociedad, en este momento, y en la cultura, creo que el pueblo chino enfatiza ahora más la tecnología que la ciencia. Desde el principio, desde hace mucho tiempo en nuestra historia, tenemos una tradición de investigación para la aplicación. Es nuestra cultura. Durante cinco mil años".
"Además, en nuestra sociedad, como se está desarro­llando económicamente de manera muy rápida, la tenden­cia del sistema social provoca la confusión del pensamiento. En términos de creencia. La gente es más materialista" afirma. "Sin embargo, para la ciencia básica, las personas tienen que tener unas mentes tranquilas. Claras. Y centra-das. Y…" Buscando un término, se vuelve a Dong Ze. Él frunce los labios y dice: "Tolerar el trabajo duro". Y la incer-tidumbre. Prosigue: "Lo primero es tener gran interés. Ser muy curioso. Y después, tolerar la soledad. Durante mucho tiempo. Y quizá sin respuestas".
Pero, digo yo, no es sólo el individuo. "El grupo" dice ella. "La colaboración. Ése es otro problema. Difícil. Lo primero, en todos estos problemas, es que todo el mundo quiere tener éxito. Y todo el mundo cree que él es el más importante. Ésa es la tendencia de nuestra sociedad. Lo segundo es, de nuevo, cultural. Los chinos no quieren decir cosas negativas al principio. Al principio, no quieren aclarar cómo dividir el beneficio" -el crédito-. "Por eso, si se tiene mucho éxito, la gente riñe".
Dong Ze interviene: "Lo que dice la profesora Ke es un atributo cultural chino: uno quiere mostrarse educado; pero, por otra parte, no deja las cosas claras. A veces, no importa, pero, cuando se van a recoger los frutos, surge el problema. Todo el mundo quiere decir que ha contri­buido".
Comento que éste es un aspecto de la cultura china que tiene miles de años. Ambos asienten. Ke dice: "La gente respeta el pensamiento científico, pero, en nuestra cul­tura, la mayoría no lo comprende. Me di cuenta, porque he tenido la experiencia de la cultura occidental, me di cuenta en nuestra facultad -ésta es una facultad de medicina famosa-; la mayoría de los profesores enseña a los alumnos siguiendo el libro".
Dong Ze: "Ella dice que la cultura china no te anima a hacerte preguntas, sino que pide que sigas lo que dice el maestro".
Yang Ke: "Mmm. Pero eso empieza a cambiar, porque algunos chinos entienden qué es en realidad, cómo pue­den hacer ciencia. Pero, si se trata de cambiar la forma de pensar del país, queda mucho tiempo". Se vuelve de nuevo a Dong, con una salva de chino rápido.
Él sopesa un momento lo que le ha dicho y dice: "La cultura china tiene una larga historia. Por eso, debe de encerrar alguna verdad y excelencia. Sin embargo, si tene­mos que enfrentarnos a la formación de nuevos científicos, perece que tendremos que apartarnos un poco de la tradi­ción y aprender a ser agudos y francos".
¿Cómo? "Llevará tiempo" dice Ke. "La globalización establecerá las ventajas de la integración de la cultura china y de la occidental. Nuestros jóvenes, bien educados y muy prornetedores, tendrán que aprender también de fuera, si quieren ser científicos". ¿Por eso van al extranjero y regre­san? "Exacto". Pero, cuando regresan, ¿qué los protege de los mayores? "Si tenemos cada vez más gente que sale y vuelve, por ejemplo, mis alumnos salen y regresan, no deben de tener ningún problema para tratar conmigo".
Dong explica: "Creo que lo que la profesora Ke dice es que, a causa de la globalización, hay un intercambio de cul­turas. Por eso muchos investigadores clave se han preparado fuera". ¿Para qué vuelven? "Si es una sola persona, no puede cambiar la situación, pero si regresa en un grupo, éste se convierte en una fuerza". Ke asiente: "Mmmrn". Dong conti­núa: "Y trae nuevas ideas. Y después ellos practican todas las conductas del científico, iniciando un cambio". Empezando a formar un cuadro científico, comento yo, porque el espíritu debe extenderse también a los estudiantes y técnicos.
"Eso es, eso es" dice Ke. "Para eso, hacen falta varias generaciones, Eso necesita varias generaciones. No pienso en una generación".
"Quizá unas pocas generaciones" dice Dong Ze.
En Sangai, en 2000, dos institutos de casi medio siglo se fundieron para constituir el Instituto de Bioquímica y Biología Celular. Es uno de los mejores y mayores centros de investigación de China. El genetista Li Zai Ping es un superviviente anciano, genial, desenvuelto. Nos reunimos en una amplia sala de conferencias, con los colegas de Li, entre los que está un investigador principal que estudia la insulina y el vicedirector del instituto, Ying Naihe, más joven, hablador intenso. El profesor Ying hizo su docto­rado en uno de los predecesores del instituto y fue a Japón como becario posdoctoral. Para hacer la mayor parte de su explicación, Li se apoya en Ying.
En general, el instituto trabaja en biología molecular, celular y evolutiva y en bioquímica, pero los cuatro gru­pos de laboratorio tienen especializaciones distintas y afiliaciones algo diferentes. El Laboratorio clave de Biología Molecular del Estado, por ejemplo, que se ocupa de las inte­racciones entre el ARN y las proteínas y de la regulación de la expresión génica, está financiado en gran parte y supervi­sado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología ("laborato­rio clave" es traducción literal del chino, con el significado de "muy importante"). Los otros grupos de laboratorio son criaturas de la Academia China de Ciencias.
En el momento de mi encuentro con Li y Ying, el instituto tenía 194 científicos, con 45 investigadores principales. De éstos, un tercio tenía menos de 45 años, otro tercio estaba entre 45 y 60 y el tercio restante, tenía más de 60 años; "pero ahora eso tiene menos importancia" dice Ying. ¿Los viejos? Mi observación no fue nada delicada y la risa, muy incómoda. Ying entró al quite, haciendo una señal a sus colegas más antiguos: "Ellos son, véalos, ¡creo que son jóvenes!, al menos científicamente hablando, ¿no?" Comenté que, en Pekín, me estuvo ayudando un estudiante graduado que, cuando des­cubrió mi edad, me dijo que me llamaría "Ye ye" que es la forma que utilizan los niños chinos para llamar al "abuelo". En esta ocasión, la carcajada no se vio ensombrecida por nada. Li Zai Ping dijo entonces, con seriedad: "A las perso­nas mayores les resulta difícil obtener financiación".
"Tenemos aproximadamente un profesor por cada dos estudiantes graduados" dijo Ying. "Tenemos muy pocos becarios postdoctorales". ¿Por qué? "Porque los buenos estudiantes, tras conseguir su doctorado, van a los Estados Unidos a hacer su postdoctorado. Aunque ahora, desde este año, la situación empieza a cambiar".
El instituto está procediendo con energía a reclutar per­sonal de la diáspora científica. Pero, ¿cómo persuadir a los becarios postdoctorales que están en Norteamérica para que vuelvan? La pregunta provoca una discusión general. Ying dice: "Tenemos que darles algún dinero para financiar su trabajo, y darles libertad para hacer su investigación. Muy importante. Por supuesto, tienen que ser de buena calidad". El número y la calidad de las solicitudes están mejorando notablemente, dice. "También les damos unos salarios rela­tivamente buenos. Aunque ahora, en Sangai, los precios de las casas están subiendo tremendamente. Esto hace que el reclutamiento resulta aún más difícil. Por eso, también les damos una compensación por la casa".
Pero dice usted que les dan libertad. "Bueno, ésta es una buena pregunta. Primero, les facilitamos financiación, fon­dos para empezar. Por supuesto, su investigación tiene que encuadrarse en el marco general del instituto, pero después pueden escoger lo que quieran hacer. Pero también tienen que tomar una decisión: cómo pueden conseguir ayudas. En consecuencia, tienen que ajustar su investigación según la importancia de los proyectos que tengan relación con ella". Las ayudas proceden del Programa 97-3 a través de la Fundación para las Ciencias Naturales o de la Academia China. Durante algún tiempo, la Academia ha fomentado también el reclutamiento a través del proyecto Cien Talentos. Éste se diseñó específicamente para proporcionar a jóvenes cientí­ficos de potencial reconocido la financiación para trabajar como investigadores principales, completamente indepen­dientes de las jerarquías institucionales.
¿Cómo desarrolla un nuevo grupo el espíritu científico, el sentido de comunidad? "Ah. Lo único que puedo decir…" Ying se detiene. "Esto es principalmente, cómo puedo decirlo, ahora nuestro instituto va adoptando poco a poco un sistema como el de Estados Unidos, y porque la mayoría de los inves­tigadores principales regresa de los Estados Unidos. Ahora el investigador principal goza de una libertad muy amplia: cómo utilizar el dinero, cómo contratar personal y los estu­diantes que puede escoger. Todo eso". Ying añade que tanto él como sus colegas comprenden que el investigador principal que regresa carece de experiencia como tal. Por eso, se han reunido recientemente con un grupo de científicos de unos siete laboratorios asociados, de diferentes universidades nor­teamericanas, que vienen durante cortos períodos como inves­tigadores principales visitantes, y están tratando de elaborar una forma de "encontrar mentores para los nuevos investigadores principales, pero todavía no hemos empezado".
El carácter único de la ciencia china, ahora y el día de mañana, sólo puede entenderse correc­tamente en su relación integral con los proble­mas únicos de la nación; por su magnitud y urgencia, no tienen precedentes en la historia del mundo. No es en absoluto obvio que puedan afrontarse adecuadamente. En el intento, China está sufriendo increí­bles tensiones: está experimentando transformaciones eco­nómicas, demográficas, culturales y sociales a una velocidad de vértigo. Las ciencias forman parte de esa transformación, entre lo básico y lo aplicado, entre los estándares interna­cionales y las prioridades del país, entre la modernidad y la tradición, entre la investigación libre e impulsada por la curiosidad y las duras realidades políticas. Meditando en la situación de la ciencia china, Zang Xia Neng, del Ministe­rio de Ciencia y Tecnología, dice tranquila y sencillamente: "Desde mi punto de vista, la mayor parte de los verdaderos descubrimientos procedían de la investigación dependiente de la curiosidad, pero, para este país, necesitamos resolver nuestros problemas". En el entorno chino, no es fácil pro­mover el espíritu esencial de la investigación científica. Se han hecho progresos: Yang Ke tiene razón en eso. También tiene razón en que llevará tiempo, generaciones quizá.


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