JACKSONVILLE, Florida, EE.UU. En el sector occidental del centro comercial Regency Square, el espacio que estaba repleto de compradores de Montgomery Ward hace algunos años es ahora una sombría tumba de plexiglas. Y cerca de allí, el sitio donde la cafetería y pastelería Barnie Coffee and Tea era asediada por clientes, muestra un silencio fúnebre.
Pero, en lugar de desolación, la peruana Licet Molina vio una oportunidad. Hace tres meses, Molina inauguró Machu Picchu, un restaurante peruano de comida para llevar, vecino a todos esos espacios muertos. Desde entonces, Molina ha traído trozos de una nueva vida al área.
Es una nueva vida que luce mucho como la que Molina dejó atrás en Perú hace ocho años: una vida repleta de cultura y de cocina peruana. Una vida que extrañaba terriblemente cada vez que probaba una hamburguesa en un restaurante de comida al paso.
"Todo esto es casero", dijo Molina, mientras mostraba un trozo de pasta para fabricar empanadas y otros platos latinoamericanos. "El maíz viene del Perú, y usted incluso puede ver los granos. Nosotros lo cocinamos y lo molemos. Y luego, lo perfeccionamos".
Emprendedores comerciantes de otros países, especialmente de América Latina, como es el caso de Molina, comienzan a participar del "Sueño Americano" gracias en parte, irónicamente, a la grave crisis económica.
Muchos centros comerciales del estilo de Regency Square están perdiendo negocios de marcas famosas, que dejan espacios vacantes. Algunos inmigrantes, deseosos de aprovechar esas oportunidades, buscan esos sitios para abrir negocios.
No muy lejos de Machu Picchu hay otro restaurante étnico.
Durante los últimos dos años y medio, Robert Bernales ha servido auténtica comida filipina en Island Cafe. Su restaurante ha reemplazado a una heladería.
Bernales, que llegó a Jacksonville en 1996, ha prosperado tanto que hace seis meses añadió una tienda de comestibles filipinos a su restaurante.
"Muchos de nuestros clientes, tras comer aquí, no desean ir a otros negocios" para comprar ingredientes a fin de preparar comida filipina, dijo Bernales.
"Instalé este restaurante porque quería proporcionar comida de calidad a la comunidad filipina", dijo Bernales.
Pero, en el largo plazo, Bernales e inmigrantes como él parecen proporcionar mucho más que eso.
Tal vez uno de los ejemplos más vigorosos de cómo los inmigrantes dan nueva vida a zonas abandonadas de Estados Unidos puede encontrarse en Lewiston, Maine.
Era una población industrial agónica, antes de que refugiados somalíes comenzaron a establecerse allí en el 2001. Ellos llevaron no sólo comida africana y sus costumbres, sino también un espíritu empresarial tan robusto que en el 2004 la revista de Finanzas Inc. designó a Lewiston uno de los mejores lugares para hacer negocios en Estados Unidos.
Y luego, está el distrito Toytown de Los Angeles.
Era también un área de depósitos abandonados antes de que inmigrantes de América Latina y de Asia se mudaran allí y comenzaran a fabricar juguetes para tiendas al por menor de Estados Unidos. El negocio supera ya los 1.000 millones de dólares en ingresos.
Si bien Jacksonville no tiene Toytown o la Pequeña Mogadiscio, inmigrantes tales como Molina y Bernales están añadiendo, además de un nuevo sabor al área, fresca infusión de dinero.
El Censo de Propietarios de Negocios de 2002 determinó que en la Florida 266.688 empresas son propiedad de hispanos. Las ventas de esas empresas ascendieron a 40.900 millones de dólares. Un total de 222.516 personas trabajaban en esos negocios. Otros 41.258 asiáticos poseían negocios o empresas. Sus ventas ascendían a 11.200 millones de dólares y empleaban a 91.422 personas.
Parte de ese espíritu empresarial entre los inmigrantes puede verse en Regency, en el Westside de la ciudad, y en otras partes donde viejos centros comerciales han perdido terreno.
Fernando Prado y su esposa, Danaisy, llegaron a Estados Unidos procedentes de Cuba cuando tenían 11 años de edad. El año pasado, luego de trabajar como mecánico de aviones en Cecil Field, Prado eligió un espacio en un centro comercial en Cassat Avenue que en una época había sido ocupado por un salón de juegos de vídeo, a fin de abrir su panadería cubana, Don Angelo.
"Mi padrastro fue un panadero, así como varios de sus antecesores", dijo Prado. "Tomamos la decisión de hacer un pequeño negocio, y traer algo nuevo a Jacksonville".
"Esto es algo bastante internacional. Aquí hay presencia venezolana, cubana, italiana, francesa. E intentamos hacer un poco de cada cosa", indicó.
Como Molina, Prado y su esposa consideran la panadería una forma de compartir su cultura en Jacksonville. Es, además de una forma de ganarse la vida, una estrategia para educar a las personas.
"Mire la guayaba", dijo Prado. "Es un fruto tropical que mucha gente no conoce".
"Los cubanos le damos un sabor especial a nuestros platos", agregó su esposa Danaisy. "Uno puede comer un sándwich cubano en serio aquí, el verdadero. Cocinamos nuestro propio pan y asamos aquí el cerdo".
Y mientras gente como los Pardo mantienen vivas sus tradiciones, también contribuyen a evitar que otra zona comercial se haga lúgubre y sombría.