El origen de la posibilidad es arbitrario. De donde viene que algo resulte posible? Cuál es el lugar que ocupa esa nueva posibilidad? Que o quién ocupaba antes ese lugar si es que existía previamente ese espacio? La posibilidad sucede en un espacio? Existe antes de ser nombrada? Se extingue al concretarse? Es el camino hacia lo nuevo? Pergeña las mutaciones? Puede pensarse no causal?
Demasiadas preguntas. Es una tentación considerar que la posibilidad está al margen de la evolución, como algo irreverente al nexo causal, un atajo que conecta hacia un lugar que no hubiera aparecido por sí sólo, una creación pura del hombre vinculada a su poder, el de imaginar, diseñar, soñar.
Resulta aceptable considerar a la posibilidad como una manifestación vinculada a las habilidades humanas. Una habilidad que va mas allá de interpretar algo existente para llegar a imaginar la existencia de otra cosa. Una sensación que se va transformando en concepto.
Lo que venimos observando es que frente a un estado propio, o mejor dicho propicio, en el marco estrictamente laboral que es la razón que nos ocupa, es que en determinadas circunstancias contextuales el hombre se conecta con su tarea y su contexto habitual de relación con su equipo de trabajo, y se zambulle a crear en un nuevo espacio. Luego pasa a advertir primero y diseñar después, una serie de acciones específicas para construirlo. Y así el hombre crea una posibilidad, lo hace a consecuencia de un estado, de un contexto, y luego por un camino diferente comienza a elaborar su concreción.
Gestionar la posibilidad es jugar a favor de ella, de que aparezca, que se valide, cuestione, debata, enriquezca, despersonalice, apropie, nutra, se canalice, y vaya originando acciones destinadas a su concreción.
El poder de nombrarla con libertad para imprimirle un soplo de vida, es una actitud humana, derramarla en medio de una mesa integrada con gente enfocada en nutrirla con cada pregunta, dejarla crecer con autonomía en un juego compartido que auspicie la apropiación común, superando el protagonismo individual de su autoría.
Nace con una fragilidad dependiente, sin un latir propio sólo el impulso constante la sostiene y ante el menor descuido sucede su desregistro, y será como si nunca hubiese existido.
La posibilidad que creo, la posibilidad que soy, la posibilidad que auspicio y comparto, la posibilidad que brindo, esa posibilidad que apoyo, es la misma y diferente, mientras se va nutriendo define su forma y madura su independencia, desarrolla su atracción, insufla su poder convocante y de pronto se libera, toma cauce propio, se constituye en oferta y con alegría recibe la esperanza de realización personal de otros que sirviéndole encuentran su sentido, proyectan su identidad, despliegan su vida, juntos constituyen un concierto que implota hasta conseguir su esencia, le sigue la reverencia, el elogio, la admiración de haber sucedido partiendo de un origen tan incierto.
La posibilidad vive su propio ciclo al que varias veces hemos sido convocados.
La capacidad generativa de la gente no precisa ser convocada, con otorgarle un espacio cierto se consigue liberarla, con sólo eso es suficiente. Permitirle aparecer sin protocolos, inesperadamente, en el momento justo en el que resulta estimulada, y diseñar mecanismos para aprovechar ese aporte.
El espacio es durante. A diferencia de los procesos creados para invocar deliberadamente un estado, un torbellino de ideas, un escenario especial para fomentar el abordaje creativo de un tema, existe la opción de permitir y capitalizar la aparición de la mirada nueva a cada instante.
Sin discutir ni reemplazar el aporte que generan los eventos coordinados deliberadamente para esa causa, la experiencia nos enseña que la posibilidad requiere de espacios complementarios para lograr una maduración de base que permita su efectividad.
Habitualmente los foros establecidos para soñar un ideal se abren con un tema definido o al menos con un marco específico de alcance. En ese contexto se escuchan generalmente las mismas voces. Por diferentes causas mayoritariamente la gente que participa y propone termina siendo la misma. Como es sabido el factor de hablar en grupo cohíbe de por sí, y si a esto se adiciona la propuesta de aportar algo nuevo, la presencia de funcionarios con diferentes jerarquías y la expectativa de lograr algo productivo de todo eso, los participantes se enfrentan al menos a un doble reto, el de quedar bien y el de aportar algo.
Es moneda corriente en las juntas de trabajo las ganas de participar de la gente, la aparición espontánea de oportunidades, de alternativas diferentes, el aporte de ideas para la mejora de procesos, de iniciativas para lograr diferenciación en el mercado, y de igual modo en todas las áreas de la organización podrá verse aparecer ese interés cuando los responsables de ejercer la acción directa, esos que viven en las trincheras y hacen suceder las cosas, tienen la oportunidad de hablar.
Estas aportaciones que suceden de manera aleatoria o aquellas provocadas en reuniones de lluvia de ideas, salvo honrosas excepciones, parecen caer en un saco común, el del deseo, que la mayoría de las veces se transforma en olvido.
Solo por excepción se supera ese filtro, y en pocos casos aparece algún impacto relevante.
Aprovechada o no, la inquietud incontenible de la gente por jugar a crear, por traer algo nuevo, integra la capacidad generativa de la organización y está esperando su oportunidad de ser convocada y aunque no lo declare, espera su espacio para suceder.
Esta capacidad organizacional disponible en cada puesto, es una característica potencial en toda organización que pocas veces resulta convocada, y cuando sucede generalmente viene con horario, de un modo acotado a un tema y encorsetadamente.
Para los ejecutivos de hoy, esos que van arrastrando sin quererlo en cada mano las herramientas de motivación instaladas (en la izquierda la zanahoria y en la derecha el látigo), en la distancia que comprende su decir y su reaccionar, van advirtiendo un nuevo espacio en el que podría suceder lo que de ellos se está esperando… que hagan ocurrir los nuevos discursos tan declamados por todos: compromiso, trabajo en equipo, generación de valor, gente adueñada del proceso que integra, hablar claro, acción coordinada, etc.
Entre los especialistas que pugnan por ocupar la escena hay un debate permanente entre diferentes opciones, algunas de ellas disponibles otras en desarrollo, para lograr la meca: “hacer que las cosas sucedan” y detentar una herramienta comprobada de éxito.
Cada vez más las Organizaciones quieren alcanzar el logro de contar con toda la capacidad generativa de su gente. Ese norte las incita a transitar nuevos caminos y aplicar teorías resonantes, aunque con mucha cautela originada en ese límite sutil entre convicción y conveniencia. Mientras tanto, de ese modo, se va estirando el tiempo de capitalizar esos dones, esa potencialidad humana culturalmente desalentada y aún así tan vital que permanentemente busca una oportunidad para germinar.
Gestión de la posibilidad
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