No es ningún secreto que en los últimos diez años, quizás por influencia de la globalización o por la dependencia anglófila, cada día sumamos palabras nuevas al lenguaje empresarial corriente. Lo que en su día fue mercadotecnia, es marketing, los colectivos, pasaron a “segmentos” o “nichos”, los bocetos a “layouts”. No se habla de marcas sino de branding, las simulaciones reales son “asessment centers”, el teatro de ventas ha pasado a ser “rolplaying”, donde había un jefe de línea hay un “product manager” e incluso el copiarle al vecino se llama hacer “benchmarking”, ¡qué bien! ¿no?
Tuve un colega y buen profesional que en su sabiduría de buen gallego, las denominaba con cierta socarronería, palabras de “veinte duros”; no tanto por menospreciar su precio, sino por el valor más bien escaso cuando no se soportan con determinada actuación personal que les da cierto contenido. Ya que en la comunicación, la simple palabra sólo ocupa poco más de un siete por ciento del mensaje que se transmite.
Estas palabras podrían determinarse como un argot y normalmente deberían formar parte de aquello que los lingüistas -como mi socio y maestro Jaume Llacuna- denominan el “código” del lenguaje, es decir, que las palabras quieren decir (capacidad semántica) fundamentalmente lo que se supone que deben decir, como un diccionario.
Lo que pasa es que “queda bien” y se abusa de forma innecesaria, ya sea para destacar cualidades que no se tienen o para mostrar ante los demás, mayores recursos lingüísticos. Se aspira a una extraña posición de snobismo, que finalmente provoca la incomprensión de la otra parte, perturbando el entendimiento, que es de lo único que se trata cuando nos comunicamos.
El mundo de los recursos humanos es uno de los foros de palabras nuevas, como por ejemplo, la aplicación de los “test”, cuando todo el mundo ignoraba que se refería a una simple prueba o ejercicio. Recuerdo sin ninguna nostalgia, uno de los primeros “test” que pasé para obtener el carnet de conducir. “Es que te pasan un test”, decía la gente. Y ¿eso que es? “Pues no sé exactamente pero…”, y seguían, “si te equivocas has palmado y no haces la práctica”. Bueno, pues al final el test no era otra cosa que una pregunta con tres respuestas posibles, pero nadie te quitaba el miedo en el cuerpo.
Luego llegarían otras palabras a menudo comprensibles en el “código” profesional pero desconocidas para la gente de a pie, como validación, asertividad, desempeño, resiliencia, etc. Los malpensados dicen que estas palabras las trajeron los “consultores”, este colectivo al que yo también pertenezco parcialmente y que algunos afirman maliciosamente que servimos para “decirte la hora en tu propio reloj y pretender cobrarte por ello”. Lo que se obvia es que, lo más importante nunca está en la respuesta sino en saber lo que se pregunta.
En fin, ¡qué más da!, nunca son más importantes las palabras que los hechos y lo que cuenta es lo que existe detrás de lo que se dice. Como decía Platón “lo más importante del conocimiento es el acto”. Al fin y al cabo cada uno tenemos nuestro código particular, que es la consecuencia de nuestra experiencia de la realidad, las interpretaciones que hemos aprendido y el código normalizado de la lengua. Al final se trata de hacernos comprender por el receptor, por tanto, vale la pena decir las cosas de forma que las palabras puedan descodificarse fácilmente por el otro. Asegurando ser entendidos, podremos mantener un espacio común que se denomina “la comunicación”.