Muchas más veces de lo que uno piensa, el ser humano pasa por situaciones en las que siente vergüenza. Unos de una forma transitoria y otros casi permanente. Los primeros lo hacen de una manera fortuita y muy temporal, mientras que para los segundos esa sensación de impotencia se repite constantemente. Su timidez les impide llevar una normal actividad social. Entonces son habituales frases como "no sé de qué hablar", "voy a hacer el ridículo y se van a reír de mí", "qué van a pensar los demás …"
La vergüenza la definen los especialistas como "una actitud de inhibición o bloqueo conductual como consecuencia de sentir temor cuando la persona tiene que relacionarse con los demás", así lo hace Vicente Prieto, psicólogo clínico; pero no muy lejos de esta definición está la idea que la socióloga y antropóloga en Psicología Ángeles Rubio publica en su libro Superando la soledad (Editorial Amat): "Es un temor que suele aparecer en todos los seres humanos cuando debemos participar en la vida social, como consecuencia de la falta de seguridad en uno mismo o de confianza en que seremos queridos y aceptados". Y en ese mismo libro se habla de la timidez en números. Según un trabajo de Vallejo Nájera de 1998, un 42 por ciento de las personas consultadas se autodefinen como tímidas, mientras que el 82 por ciento acepta haberlo sido alguna vez.
¿Por qué se llega a esta situación? ¿Hay componentes genéticos? ¿Es el entorno social el que la dispone? ¿Acaso la globalización nos hace más vergonzosos, retraídos y tímidos?.
Las preguntas se suceden a la hora de intentar conocer los orígenes de nuestra vergüenza, que casi todos los expertos consultados sitúan en los primeros años de su vida. "Puede tener su origen en la infancia si el niño se ha sentido rechazado o se ha educado en un ambiente familiar donde está sobreprotegido", explica Prieto.
La influencia paterna
Su colega, la psicóloga clínica y educativa Elena Borges, cree que "puede haber un bagaje hereditario o innato, pero es mucho más importante el bagaje adquirido por la actitud del entorno". Y continúa con ejemplos: "Si un niño ha sido sometido a burlas, amenazas y críticas en el ambiente familiar, escolar o con los amigos éste es carne de cañón para desarrollar timidez. La sobreprotección de niños por parte de los padres favorece la timidez, porque no potencian la autonomía. Un niño sobreprotegido es un niño que tendrá el padre por delante y esto no le permitirá la evolución adecuada para desarrollar todo su potencial. También puede ser un comportamiento aprendido de los padres. De padres tímidos -que restringen sus actividades sociales, poco relacionados- puede haber hijos tímidos, porque los pequeños los imitan". Hay que favorecer el diálogo, las relaciones con los demás, lograr que sean independientes, y así se tendrá mucho ganado para situaciones posteriores.
La adolescencia es una etapa donde la vergüenza hace mella. Quien no ha vivido esa sensación de rubor a la hora de las primeras relaciones con las chicas; a quién no le han faltado las palabras o ha balbuceado en un momento importante … La adolescencia es una etapa de grandes cambios psicofisiológicos. "El adolescente pierde confianza en su propio cuerpo y aparecen los primeros complejos y una preocupación exagerada por encontrarse algo ridículo ante los demás -asegura Vicente Prieto-. El joven le da mucha importancia a lo que siente, a sus pensamientos y, sobre todo, a la aceptación de los demás. Todo esto lo viven con gran inestabilidad emocional. A algunas personas les cuesta adaptarse a esos cambios y empiezan a sentirse inseguras con los demás, tienen temor, síntomas de ansiedad, se ven juzgados negativamente y se bloquean en su comportamiento. Si esto perdura en el tiempo y no se resuelve puede desencadenar una fobia social".
Miedo a actuar
La psicóloga Elena Borges no tiene un perfil del "paciente vergonzoso" que acude a su consulta. Los hay jóvenes y mayores, pero sí matiza que la adolescencia produce "muchos niños inhibidos, porque en esa etapa se pierde la identidad, y se reproducen los esquemas de la infancia, toda la timidez. Durante ese período los jóvenes se mueven en grupo y tienen una identidad propia muy escasa". Los comportamientos del vergonzoso o tímido pueden originarle problemas en su trato diario y en su actividad laboral. El temor a las situaciones sociales en las que se expone a ser observado por los demás o el miedo a hacer algo o a comportarse de una manera que pueda se humillante o embarazosa es lo que le hace escapar, evitar esas situaciones, y eso, a la postre, le origina un malestar, una sensación de incompetencia y le aísla de todo lo que le rodea. "Afecta a nuestra inteligencia cognitiva y emocional y restringe nuestra capacidad creativa, ralentizando y mermando nuestros niveles de autoestima", asegura Borges que en su consulta recibe a muchos pacientes con problemas de timidez, vergüenza. "Son pacientes difíciles porque cuesta mucho que exterioricen los sentimientos, se inhiben", concluye la especialista. Por eso son buenos los trabajos en grupo, los que favorecen las relaciones con otras personas que padezcan el mismo defecto. Hay que fomentar las habilidades sociales.
Hay más rasgos descriptivos que define el psicólogo Vicente Prieto: son personas que "tienen muy pocas habilidades sociales: no mantienen el contacto ocular, su tono de voz es bajo, le cuesta iniciar conversaciones, pedir ayuda, hacer críticas, le cuesta invitar a salir a alguien, dar sus opiniones, expresar afecto … Tienen pensamientos negativos relacionados con el ‘qué dirán de mí’ y, además, experimentan muchos síntomas elevados de ansiedad".
Relaciones en entredicho
Estos síntomas pueden originar un bajo rendimiento académico o laboral si los vergonzosos no se adaptan a los grupos con los que se relacionan. Por ejemplo, Lola Compairé, en su aula oratoria recibe a muchos alumnos que quieren ganar en seguridad y tranquilidad expositiva. "Temen no dar la talla, quedarse en blanco, no llegar al auditorio, venirse abajo o simplemente aburrir", afirma esta profesora del Ministerio de Administraciones Públicas, que ha impartido cursos en la Universidad de La Rioja (España) a funcionarios, cargos políticos, periodistas y abogados.
En esta sociedad moderna, la de la globalidad monstruosa que nos intercomunica hasta extremos insospechados, puede llevarnos al más profundo de los silencios, a un anonimato total que puede originar gente más tímida. "Será una timidez virtual -afirma Borges-. Las capacidades reales de todas las personas serán silenciadas. Como nos comunicaremos sólo virtualmente, no saldrán a flote las relaciones, y da la impresión de que las personas serán cada vez más tímidas".
LA TIMIDEZ POSITIVA
No son pocos los especialistas que ven en la personalidad introvertida aspectos positivos. El doctor Alexander Ávila, en su libro "El don de la timidez" (Océano Ámbar) quiere que los tímidos aprovechen ese aspecto en las relaciones con los demás; y demuestra que estas personas cuentan con ventaja a la hora de relacionarse o encontrar pareja. Ávila asegura que las características innatas -los denomina los "siete dones"- que favorecen a las personas tímidas son la "sensibilidad, la lealtad, el saber escuchar, la reflexión, la modestia, el misterio y la amabilidad". Por su parte, Ángeles Rubio, en su obra "Superando su soledad", cree que su comportamiento tímido "les hace ser más serviciales, poco competitivos y bastante perfeccionistas en el medio laboral, atrayendo la estima de sus compañeros". Mientras que la psicóloga clínica y educativa Elena Borges también aprecia aspectos positivos en estas personalidades introvertidas: "La persona tímida además de saber escuchar, suele ser muy reflexiva, porque son personas que viven en espacios muy suyos, encerrados en sus propios mundos".